Las líneas que marcan nuestro camino

Las líneas que marcan nuestro camino

La tradición familiar; el respeto a una tierra y nuestro vínculo con ella; el trayecto recorrido por nuestros antepasados. Es lo que somos y lo que nos llena de orgullo.

Cuando hace casi 100 años nuestro abuelo fundó Bodegas Celaya, los bueyes andaban por caminos de tierra, tirando de carretas cargadas de uva. Caminos duros, embarrados muchas veces, que son la muestra del duro trabajo que realizó el abuelo para sacar adelante un negocio que siempre fue y será familiar, porque es la esencia que nos define.

Sabemos que somos lo que fuimos y, además, es lo que nos define. Una empresa familiar que supo adaptarse a los nuevos tiempos y evolucionar para llevar sus vinos a medio mundo, pero sin renunciar nunca a nuestra esencia.

Hoy, Bodegas Celaya recorre caminos por todo el planeta, llevando nuestros vinos a más de 50 países en 5 continentes.

Nos queda mucho camino que recorrer y muchas líneas que trazar en nuestro trayecto de vida.

La tradición familiar; el respeto a una tierra y nuestro vínculo con ella; el trayecto recorrido por nuestros antepasados. Es lo que somos y lo que nos llena de orgullo.

Cuando hace casi 100 años nuestro abuelo fundó Bodegas Celaya, los bueyes andaban por caminos de tierra, tirando de carretas cargadas de uva. Caminos duros, embarrados muchas veces, que son la muestra del duro trabajo que realizó el abuelo para sacar adelante un negocio que siempre fue y será familiar, porque es la esencia que nos define.

Sabemos que somos lo que fuimos y, además, es lo que nos define. Una empresa familiar que supo adaptarse a los nuevos tiempos y evolucionar para llevar sus vinos a medio mundo, pero sin renunciar nunca a nuestra esencia.

Hoy, Bodegas Celaya recorre caminos por todo el planeta, llevando nuestros vinos a más de 50 países en 5 continentes.

Nos queda mucho camino que recorrer y muchas líneas que trazar en nuestro trayecto de vida.

La mesa completa

Un buen pan que se trocea con la mano, una servilleta de tela, todos atentos al telediario y un vaso de vino junto al plato de nuestro padre. Es el recuerdo de nuestra infancia, de una España que se despertaba del blanco y negro. Deseosa de aportar su mirada a Europa y al mundo, de viajar, de conocer otras culturas.

Un país orgulloso de sus tradiciones, de la vida en familia, del amor a su tierra y a su forma de entender la vida, que ahora quiere compartir con el resto del planeta. Las mejores conversaciones siempre surgieron alrededor de una mesa, y en esa mesa nunca faltó un buen vino de la tierra.

Un buen pan que se trocea con la mano, una servilleta de tela, todos atentos al telediario y un vaso de vino junto al plato de nuestro padre. Es el recuerdo de nuestra infancia, de una España que se despertaba del blanco y negro. Deseosa de aportar su mirada a Europa y al mundo, de viajar, de conocer otras culturas. Un país orgulloso de sus tradiciones, de la vida en familia, del amor a su tierra y a su forma de entender la vida, que ahora quiere compartir con el resto del planeta. Las mejores conversaciones siempre surgieron alrededor de una mesa, y en esa mesa nunca faltó un buen vino de la tierra.

Tres generaciones embotellando experiencias

Y el vino se convirtió en algo más que un acompañante de nuestras comidas. Pasó a ser canalizador de sensaciones, recuerdo de momentos, soporte de sonrisas y creador de experiencias. Nuestros vinos dieron el salto y llegaron a cada rincón de Europa. Descubrieron América y navegaron la costa asiática. Vieron ponerse el sol en África y llegaron hasta nuestras antípodas.

Si nuestros abuelos nos vieran, se emocionarían descubriendo hasta dónde hemos llegado. Estarían orgullosos de haber conquistado el mundo entero con sus vinos, de ver lo que han logrado sus nietos. Pero, sobre todo, estarían orgullosos de ver que seguimos siendo nosotros. Que no renunciamos a lo que somos y de dónde venimos, y gracias a ello su esencia permanece en cada gota de nuestros vinos.

Y el vino se convirtió en algo más que un acompañante de nuestras comidas. Pasó a ser canalizador de sensaciones, recuerdo de momentos, soporte de sonrisas y creador de experiencias. Nuestros vinos dieron el salto y llegaron a cada rincón de Europa. Descubrieron América y navegaron la costa asiática. Vieron ponerse el sol en África y llegaron hasta nuestras antípodas. Si nuestros abuelos nos vieran, se emocionarían descubriendo hasta dónde hemos llegado. Estarían orgullosos de haber conquistado el mundo entero con sus vinos, de ver lo que han logrado sus nietos. Pero, sobre todo, estarían orgullosos de ver que seguimos siendo nosotros. Que no renunciamos a lo que somos y de dónde venimos, y gracias a ello su esencia permanece en cada gota de nuestros vinos.

La herencia de una filosofía

Nuestros hijos son el futuro de esta bodega. La cuarta generación empuja asomándose a un mundo que, como siempre sucedió, es desconocido para sus antecesores. Ya no avivarán la marcha del buey que tira de la carreta, como hizo su bisabuelo Florindo, ni llenarán la furgoneta para recorrer la provincia, como hizo su abuelo Luis.

El mundo cambia muy deprisa y seguro que tampoco harán las cosas como hoy las hacemos nosotros, pero no nos importa en absoluto. Solo nos importa que sean fieles a su historia, al pasado que les ha convertido en lo que son. Y estamos seguros de que lo harán. Seguirán siendo, siempre, familia Celaya.

Nuestros hijos son el futuro de esta bodega. La cuarta generación empuja asomándose a un mundo que, como siempre sucedió, es desconocido para sus antecesores. Ya no avivarán la marcha del buey que tira de la carreta, como hizo su bisabuelo Florindo, ni llenarán la furgoneta para recorrer la provincia, como hizo su abuelo Luis. El mundo cambia muy deprisa y seguro que tampoco harán las cosas como hoy las hacemos nosotros, pero no nos importa en absoluto. Solo nos importa que sean fieles a su historia, al pasado que les ha convertido en lo que son. Y estamos seguros de que lo harán. Seguirán siendo, siempre, familia Celaya.